viernes, 29 de enero de 2010

La Buena Noticia de Hoy

Un viaje musical a la conciencia

El místico sufí Hassan Dyck ofreció un concierto en el espacio Valle Tierra

| "Sueña dulcemente, come dulcemente, habla dulcemente." Las suaves palabras de Hassan Dyck se desparraman como un cántaro fresco de agua sobre la platea. Fuera de la sala, el calor es abrumador. Adentro, el estado contemplativo que produce su música baja varias décimas la temperatura ambiente. El pulso se desacelera. El silencio es como una suave manta que cubre a los espectadores. Hassan Dyck está con su atuendo sufí y una parsimoniosa letanía que contrasta con el ruido externo. "Para escuchar, se necesita pureza", advierte, apenas iniciado el viaje interno. "El 99% de las personas no se escucha; por eso hay mal entendimiento", dirá después el maestro.

Dyck es alemán; se formó en música clásica y contemporánea, pero en un momento de su vida, como cualquier mortal, tuvo un destello de iluminación. Descubrió la música de Oriente (tocó en la Sinfónica de Nueva Delhi) y una filosofía espiritual que le reveló un mundo nuevo. Dyck cruzó el portal y, sin dejar de tocar su chelo, se transformó en un místico mensajero del legado sufí, que ahora lo trae a Buenos Aires y continuará por Córdoba, Rosario, Mendoza y Río Negro.

Un loop se repite en una secuencia electrónica; Dyck canta unos mantras y traza una línea delicada sobre el lienzo desnudo del silencio. A su alrededor, un público escucha al sheik con la devoción de un discípulo frente a su maestro. Con humor va hilvanando relatos tradicionales de Rumi, que se alternan con delicadas canciones que hablan del cielo en la Tierra y de los oficios terrestres, como cuando en los funerales tocaba piezas con su chelo para recibir algunos marcos.

Por momentos, Dyck parece un antiguo juglar del medievo y, en otros, un derviche en su santuario, que no para de girar en alabanza a Dios. Canta en inglés como un viejo blusero, o mantras orientales que lo acercan a su divinidad interna. Utiliza el arco para crear climas más graves o se desliza sobre escalas menores. Con su música, Dyck quiere unir el mundo material con el universo de lo divino; para eso canta; para eso toca para otros. Dice que sus cantos devocionales son la posibilidad de acercarse a la esencia de cada uno: "Esta es apenas la parada dentro de un largo regreso a casa".

Habla de puertas que se abren, del cielo y el infierno dentro del propio hombre, de la incomunicación y de la divinidad interna. El sheik invita al público a subirse a su alfombra mágica y, como en un cuento de L as mil y una noches, lleva con su música a territorios situados fuera de la realidad ordinaria.

En éxtasis, la gente repite los mantras de Hassan Dyck, sobre una base suave que proporcionan el sonido del armonio y la tambora. Cuando finaliza, la vibración de esos cantos derviches queda flotando en el aire. Dyck se despide en silencio. Enseguida, un suceso extraño: alguien se roba la recaudación de la noche. Los sufíes locales se desesperan. Alguien llega a decir: "La compensación del universo. Después de tanta luz, hizo un poco de oscuridad para equilibrar".

Gabriel Plaza
La Nacion

jueves, 28 de enero de 2010

Buena Noticia del dia!

HOY SE ESTRENA LA ESPERADA "INVICTUS"
Amo de su destino, capitán de su alma

"El factor humano", de John Carlin, despertó la curiosidad de Clint Eastwood, que construyó una gran película sobre cómo Mandela utilizó el rugby para terminar con el Apartheid. Morgan Freeman, impecable.

Estuvo muy acertado el inglés John Carlin cuando en una entrevista le dijo a este diario, un mes atrás, que "Invictus" dejará al espectador "pegado" a la butaca, "porque es un muy buen cuento, conmovedor y dramático a la vez".

Moviliza, emociona e invita a sonreír este film que desembarca hoy en la cartelera porteña, y que cuenta cómo Nelson Mandela, en su incipiente función presidencial, en 1995, utilizó el mundial de rugby para terminar con el Apartheid, esa segregación racial que durante décadas castigó salvajemente a la mayoría negra de Sudáfrica.

"Una estrategia humana", afirma seco Mandela -en la piel de un genial Morgan Freeman- al rebatirle a su secretaria, que no entendía por qué su jefe prestaba tanta atención al rugby. "¿Se trata de una táctica política?", había preguntado ingenua.

Por empezar, vale explicar el porqué del título "Invictus", basado en el más cautivante del libro "El factor humano". Entonces habrá que decir que se trata de un poema del inglés William Henley (siglo XIX), que finalizaba con los versos "Soy el amo del universo, soy el capitán de mi alma", y que sirvió de apoyo espiritual durante los 27 años de encierro que el gran líder -también llamado Madiba-, debió soportar en la isla de Rhoden Island.

La historia atrapa desde el minuto uno, cuando, a partir de una vista panorámica se ve una calle que divide dos campos perimetrales: uno, lleno de blancos jugando al rugby en un terreno bien cuidado; en el otro, decenas de jóvenes negros pateando una pelota de fútbol en lo más parecido a un potrero de tierra y piedra. Y enseguida, una caravana de autos que pasa por esa calle anunciando la liberación de Mandela. Corría febrero de 1990 y los chicos de color festejaban alborotados, mientras que los blancos, perplejos, se preguntaban anonadados: "¿Liberaron a ese terrorista?".

A una historia tan rica como la que cuenta Carlin en su libro, Clint Eastwood le imprime toda la sapiencia que le dan los 79 años. El director, que es verdad que ha hecho algunos bodrios, reconoce que los mejores guiones ("Río Místico", "Los puentes de Madison", "Million Dollar Baby", "Cartas desde Iwo Jima", "El sustituto") le llegaron a partir de los setenta, lo que dilató por tiempo indeterminado su retiro. Y aceptó hacer esta película a partir de un pedido personal de su amigazo Morgan Freeman, que le dijo: "Te estoy enviando por correo el guión de tu próxima película, que la voy a protagonizar yo. No te vas a arrepentir".

Y así fue nomás... Eastwood encaró un film sentido, cuidadoso, nada sencillo en su traslado del libro a la pantalla grande, destino éste en el que hay que priorizar cuestiones efectistas -si se quiere-, pensando en un negocio que no dé pérdidas.

La trama empieza a cobrar fuerza cuando falta un año para el mundial de rugby, cuya sede será Sudáfrica. Este dato no es menor y el film se encarga de subrayar la sorpresa que le despierta a Mandela conocer la popularidad que arrastraba ese deporte en el mundo. El país contaba con Los Springboks, el equipo nacional que representaba a los blancos y que recordaba permanentemente la existente segregación racial. Entonces el gran líder, que hoy tiene 91 años, puso en marcha el operativo "factor humano" para lograr la nación del arco iris, de la reconciliación: ¿cómo hacer para unificar a negros y blancos, y alcanzar la paz interior?, craneaba el líder, que se respondió: con el leit-motiv "un equipo, un país".

De esta manera, empezó a mover hilos para buscar un contacto directo: el capitán del seleccionado, Francoise Pienaar, pilar indispensable para rumbear hacia el objetivo principal, que consistía en lograr que los Springboks -históricamente un equipo del montón- contagiaran pasión y unificación desde el campo de juego hacia las tribunas. El rol de Pienaar lo llevó a cabo el rendidor Matt Damon, que entrenó con fruición para lograr el aspecto fornido.

Además de la maestría para filmar los partidos y hacer foco en gestos necesarios para emocionar, el ojo clínico de Eastwood logra rescatar aspectos esenciales de un político de raza como es Mandela, cuya primera medida, cuando su país hervía, fue ordenar una custodia mixta. "Perdonar alivia el alma", le explicaba a su atónito empleado.

"Invictus", además de ser un gran entretenimiento, merece ser vista para entender la dimensión de un político cuya estirpe está en extinción. n


por javier firpo

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